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Para La Brujidera.

La Brujidera, Casa de Vinos, fue el primer bar o taberna de Granada en ofrecer los vinos desde una cuidada selección enológica, pudiendo elegir variedades y añadas como nunca se nos había ofrecido a la gente de a pie.

Achuche (* sigue leyendo).

Para abrir la puerta de La Brujidera, tanto para entrar como para salir, achuche, ya que abre en ambos lados. Eso es lo que pone en un cartelito que sus dueños tienen en uno de los cristales de la puerta. Y para que no se ensucien esos lugares en los que tanta gente ponemos las manos, se estilaban (en tiempos de mis abuelos) estos adornos.

Los hice por encargo para su inauguración en el 85, junto con unas lámparas (de las que hoy quedan cuatro) en latón calado a cincel y bordes estilo calderero en los filos, con un remate en los de arriba que hace de almella para colgarlas.

Aquí hay otras fotos que se pueden ampliar.

Referente a lo que comentaba de los vinos, recuerdo especialmente una añada de Vega Zacatena que literalmente extinguimos. Con sumo placer aliviamos la bodega de Jose Luis. Ahora Juan Carlos, su hermano, te atenderá con las delicias que Odiseo repartió por el Mediterráneo.

Un detalle ampliado del cincelado y los clavos de latón. Bajo uno de los clavos, mi firma de entonces: el tres de espadas.

Cuenco con inscripciones (13·VI·84)

Sobre el reborde de la campana de la cocina de Antonio y Lola, en una visita a su casa de la vega la semana pasada y junto al plato del dragón, me sorprendí ante la vista de este olvidado trabajo que realicé en nuestro taller de la calle Calderería Vieja.

13 · VI · 84 es la inscripción de este cuenco de metal que forjé y cincelé ese año. Es un trabajo más minucioso de forja (en chapa de 1 mm.) pero pretendidamente tosco en el cincelado, hecho con golpes duros, ágiles y precisos, procurando ser rápido en la ejecución, como haría un artesano que no puede demorarse en trabajos pequeños. El cuenco mide unos 23 cms. de diámetro. La decoración es escritura cúfica andalusí probablemente recogida de un plato de cerámica de esa época.

Hay olvidos que esperan, al menos, el reencuentro del recuerdo.

Al final del arcoiris

5o. Ting, el Caldero. (I Ching)

Trabajando en mi taller de la calle Calderería Vieja, conseguí apuntarme a un curso de calderería (feliz coincidencia) impartido por el artesano Adolfo Heredia, un gitano rubio, de nervios de acero que nos enseñó a un pequeño grupo de alumnos a batir el cobre en su sentido más literal.

Partiendo de una chapa de cobre y sobre diversos tipos de yunques (les llamo así para entendernos, pues sus nombres no os dirán nada) íbamos batiendo la chapa hasta darle la forma deseada; trabajando casi en el suelo, como hace cientos de años. Se soldaba en la fragua, con una aleación preparada por nosotros y se forjaban las asas de hierro, calentándolas al rojo sobre el carbón incandescente. La simple técnica para hacer los remaches es todo un poema al ingenio humano y artesano. El interior se estaña (el óxido de cobre es tóxico) para su uso culinario. No hay mejor perol para el garrapiñado que uno de cobre.

Además de esta olla clásica, hice chocolateras, raseras, jarras, cazos y otros cacharros dignos de decorar cualquier cueva del Sacromonte. Algunas piezas las regalé, otras se vendieron en el zoco final que organizamos, otras las tiene el Maestro.

Esta olla no es la que dice la leyenda que hay enterrada al final del arcoiris, pero sí que tiene monedas dentro: pesetas que guardo.