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Para La Brujidera.

La Brujidera, Casa de Vinos, fue el primer bar o taberna de Granada en ofrecer los vinos desde una cuidada selección enológica, pudiendo elegir variedades y añadas como nunca se nos había ofrecido a la gente de a pie.

Achuche (* sigue leyendo).

Para abrir la puerta de La Brujidera, tanto para entrar como para salir, achuche, ya que abre en ambos lados. Eso es lo que pone en un cartelito que sus dueños tienen en uno de los cristales de la puerta. Y para que no se ensucien esos lugares en los que tanta gente ponemos las manos, se estilaban (en tiempos de mis abuelos) estos adornos.

Los hice por encargo para su inauguración en el 85, junto con unas lámparas (de las que hoy quedan cuatro) en latón calado a cincel y bordes estilo calderero en los filos, con un remate en los de arriba que hace de almella para colgarlas.

Aquí hay otras fotos que se pueden ampliar.

Referente a lo que comentaba de los vinos, recuerdo especialmente una añada de Vega Zacatena que literalmente extinguimos. Con sumo placer aliviamos la bodega de Jose Luis. Ahora Juan Carlos, su hermano, te atenderá con las delicias que Odiseo repartió por el Mediterráneo.

Un detalle ampliado del cincelado y los clavos de latón. Bajo uno de los clavos, mi firma de entonces: el tres de espadas.

El cielo de La Vega. Otra veleta.

Álvaro era muy pequeño. Cuando su padre le preguntó qué quería que pusiéramos en la veleta dijo: –Los trotamúsicos!

Bueno, pues basándome en esos dibujos animados (que a su vez estaban inspirados en Los Músicos de Bremen, cuento infantil de los famosos hermanos Grimm) realicé este calado en chapa de hierro de 1 mm. soldado al forjado que luego preparó Manolo Mudéjar.

Cuando sopla el fresco en estas tardes de primavera, puedes saber de dónde viene. Y ver el cielo de la Vega de Granada.

Brujas en el Realejo. Veleta.

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Esta veleta me la encargó mi amigo Jose Luis. En la parte más alta de su casa, se deja mover por los vientos que soplan en el granadino barrio del Realejo.

El diseño está inspirado (que no copiado) en uno de los caprichos de Goya: el 68, Linda Maestra.

Dos brujas volando, la vieja delante y atrás la joven; un gato erizado se agarra a los pelos de la escoba. En el centro el dios Eolo sopla hacia las mujeres sacando de su boca unas volutas de hierro. Aparte, el soporte contiene un sistema para garantizar un giro suave y fluido y las letras NSEO orientadas a sus respectivos puntos cardinales. La montó el maestro Clemente sobre uno de los vértices del tejado.

Antes de hacer el calado en la chapa de hierro, preparé una maqueta en latón soldado con plata que luego pinté de negro para ver el efecto (arriba).

Pincha en las fotos para ampliar.

Memoria de Elefante. Casa Enrique.

Enfrente del Teatro Isabel La Católica de Granada está esta taberna. En el año 84 realicé por encargo del hijo de su dueño esta cartela al estilo antiguo.

Con diseño propio, un ligero forjado resultante de suavizar los efectos tras cincelar la leyenda central (…fundada en 1911) le da ese aspecto abombado. Está realizada en chapa de cobre de más de 1 mm. de grosor, cincelada también en los bordes con un añadido de matiz en algunas partes. Las letras principales, en latón, están caladas finamente y soldadas desde el reverso.

Las volutas tienen un secreto particular (para que al enrollarlas en forma cónica tengan una pequeña parte que asome a ambos lados) que aprendí trabajando con D. Miguel Moreno (padre) en su taller de orfebrería de la Cuesta de Gomérez. Toda la cartela está montada sobre un panel de madera y rematada con esos seis clavos de hierro que tapan los tornillos que la sujetan.

Aquí se ve mi firma y la fecha (y una gran cantidad de pelusa cortesía del propietario).

Lo peor de un elefante no es que pierda la memoria, sino la vergüenza. Milton.

Pinilla’s iron works

Estas Navidades, entre hacer de paje de los Reyes Magos y dar algunos paseos por el centro de Granada, he recordado que en la década de los ochenta (ya precisaré más adelante) hice un trabajo para las tiendas de ropa Pinilla’s por encargo de los arquitectos Antonio Jiménez Torrecillas y Juan Domingo, que hacían una remodelación de las mismas.

En la tienda de la calle Mesones 33, a modo de felpudo de bienvenida, hay una chapa de acero rectangular en el suelo de unos 3 x 1 metros y en la tienda de la calle Salamanca hay un disco en la pared de más de un metro de diámetro y cerca de dos centímetros de grosor con parecida leyenda.

Este trabajo lo realicé en el taller de forja del maestro albaycinero Pata Agria con ayuda de sus operarios. La chapa central, en ambos casos, fue oxidada a conciencia con un método antiguo de extraña fórmula. Despues, y siguiendo el dibujo que tracé sobre ellas con tiza, se calaron las letras principales con un soplete de autógena que traspasaba la chapa como si fuera mantequilla. Tapé con barro fresco por la parte de atrás y vertí plomo derretido en los huecos, que, a punto de rebosar, le daban un aspecto líquido, como se ve en el detalle. Las otras letras las tracé a pulso con una radial a la que le coloqué un disco muy gastado, de diámetro más pequeño de lo habitual, pero que cortaba bien. En la chapa rectangular, las otras letras, las de Mesones 33, las recorté con una cizalla de mano en chapa de acero de 0,7 mm y las remacharon a la chapa principal.

He podido charlar un momento con Manolo Pinillas en la tienda de la calle Salamanca para hacer estas fotos. Esta tienda, que hoy sigue siendo moderna, tiene un diseño de hace 30 años. Difícil de superar.

ACTUALIZACIÓN: Me cuenta Antonio que este trabajo lo hicimos tan a finales de los ochenta que posiblemente sea de 1990. Lo clasifico en esa fecha. También me recuerda que el taller de Pata Agria estaba en la calle Blanqueo Viejo y que ahora ya está cerrado.

Cuenco con inscripciones (13·VI·84)

Sobre el reborde de la campana de la cocina de Antonio y Lola, en una visita a su casa de la vega la semana pasada y junto al plato del dragón, me sorprendí ante la vista de este olvidado trabajo que realicé en nuestro taller de la calle Calderería Vieja.

13 · VI · 84 es la inscripción de este cuenco de metal que forjé y cincelé ese año. Es un trabajo más minucioso de forja (en chapa de 1 mm.) pero pretendidamente tosco en el cincelado, hecho con golpes duros, ágiles y precisos, procurando ser rápido en la ejecución, como haría un artesano que no puede demorarse en trabajos pequeños. El cuenco mide unos 23 cms. de diámetro. La decoración es escritura cúfica andalusí probablemente recogida de un plato de cerámica de esa época.

Hay olvidos que esperan, al menos, el reencuentro del recuerdo.

Cecilio en bronce

Para la creación del traje de Cecilio (que luego animaría magistralmente Pedro Alfaro) modelé en cera de fundición una interpretación tridimensional, de unos 35 cms. de altura, del dibujo que había creado para la mascota. Lo hice en un fin de semana que estuve en Cabo de Gata.

Después hice un molde para obtener el mismo original pero en escayola y mandarlo a Quim Guixà a Barcelona. La reproducción que envié llegó rota, pero sirvió para que Quim relizara un trabajo excelente (muchos lo han visto y corroborado).

Como el modelado en cera se perdió en el proceso, hice otra más pequeña que luego se fundió en Córdoba. Aquí la tienes en VR (puedes girarla con el ratón cuando abras la ventana emergente).

 

ver en nueva ventana

Algunos habrán visto una versión con una jarra en la mano. San Miguel era patrocinador oficial y  (sin yo saberlo) le ofrecieron el producto. Alguien le colocó la cerveza en la mano. Yo hubiera preferido realizar la adaptación o un nuevo modelo…

Al final del arcoiris

5o. Ting, el Caldero. (I Ching)

Trabajando en mi taller de la calle Calderería Vieja, conseguí apuntarme a un curso de calderería (feliz coincidencia) impartido por el artesano Adolfo Heredia, un gitano rubio, de nervios de acero que nos enseñó a un pequeño grupo de alumnos a batir el cobre en su sentido más literal.

Partiendo de una chapa de cobre y sobre diversos tipos de yunques (les llamo así para entendernos, pues sus nombres no os dirán nada) íbamos batiendo la chapa hasta darle la forma deseada; trabajando casi en el suelo, como hace cientos de años. Se soldaba en la fragua, con una aleación preparada por nosotros y se forjaban las asas de hierro, calentándolas al rojo sobre el carbón incandescente. La simple técnica para hacer los remaches es todo un poema al ingenio humano y artesano. El interior se estaña (el óxido de cobre es tóxico) para su uso culinario. No hay mejor perol para el garrapiñado que uno de cobre.

Además de esta olla clásica, hice chocolateras, raseras, jarras, cazos y otros cacharros dignos de decorar cualquier cueva del Sacromonte. Algunas piezas las regalé, otras se vendieron en el zoco final que organizamos, otras las tiene el Maestro.

Esta olla no es la que dice la leyenda que hay enterrada al final del arcoiris, pero sí que tiene monedas dentro: pesetas que guardo.